»El arte no es lo que ves, sino lo que haces que otros vean».
Edgar Degas
El agua de la bañera se parece mucho al vientre materno. Todas esas visiones de indios al lado de la ruta; la entrada a un circo caleidoscópico; la garganta picando por el tabaco ajeno. El agua de la bañera se va poniendo cada vez más fría. La piel se contrae y se agrieta, no hay temor, el alma sabe que la vida es un embudo por el cual ascender. Las avenidas anchas llenas de palomas y sus cagadas calientes sobre los bustos de políticos franceses saludan virando al atardecer, un atardecer de nubes de color plomo como le gustaba al poeta Charles Baudelaire. Charles que caminó por estas mismas calles llenas de polvo de París y gustaba fumar opio hasta dormirse en los pequeños barsuchos donde algunos exprimían la tinta para escribir poemas de segunda categoría en las servilletas de la ciudad de Napoleón. El agua de la bañera se enfría del todo. La lluvia no va a llegar hasta que el cuerpo haya soltado el alma por la nariz. Las imágenes del verano en Los Ángeles con Pamela Courson caminando por la playa llena de pulseras hippies parece que fueran mil años atrás y no; casi puedo tocar esas imágenes. Los autos descapotables y las mujeres andando en rollers con gesto de divertido cansancio; las casas llenas de sahumerios y estatuas de Ganesha, elefantes y terciopelo. La promesa de una revolución política en poesías que son de panfleto. Toda la poesía de Rimbaud quemándose en un fuego en la playa. La misma playa que libera la policía para que se trafiquen las drogas de diseño. Rombos, shivas rosas, cartones en la lengua de la última fantasía poética que tuvo Los Ángeles en los finales del 60. El agua de la bañera ya no se parece a un vientre materno. Me ahogo.
En la libreta de poemas hay algunos textos escritos para Pamela. Así como fue escrito Soul Kitchen para ella años atrás. Ella que renunció a todo para estar en París una jornada cerca de cineastas y pintores que la aburrían para acompañarlo a él. Ahí estaba Agnes Varda que revolucionaría el cine y todos los fotógrafos que querían acompañar la revolución política del mayo Francés con la consigna de la imaginación al poder y que duró tres días como consigna, por así decirlo. En la libreta cerca de la bañera está escrito: Ella baila en un círculo de fuego / su boca arde de preguntas y plegarias / quizás su dios sólo sabe preguntar / ella baila en un círculo de fuego. Mas allá hay discos de Wes Montgomery ese gorrión del blues y las guitarras. También hay velas derretidas. Dibujos de lechuzas y pipas de madera de coleccionista. Hay cuadernos con intentos de escribir teatro. De escribir algo que no tuviera que ver con eventos de rock masivos y grandes concentraciones. El pánico a las grandes concentraciones no podrían seguir ocultándose con el alcohol si envejecer hubiera sido posible. Ahí está el rey lagarto, the lizard king, Mr. Mojo Risin, muerto en una bañera en un piso de París mientras Pamela Courson camina con sus amigas nuevas y va aprendiendo el idioma y le causa gracia y mucha risa. Los relojes no se van a detener. Los Renault y los Citroen tampoco se van a detener. El bullicio del mundo no cae a la marchanta en los terciopelos. La jungla de la ciudad se debate como siempre entre sombras y luces. Lejos queda la canción Indian Summer y el Morrison Hotel. Ya faltaba poco para afeitarse y volver a los escenarios. Las deudas de la banda ya estaban pagadas. La batería de Densmore y el teclado de Manzarek se estaban juntando en ensayos de varias horas. Todavía no se había acercado Robby con su guitarra. La envidia que él haya compuesto Light My Fire ya había pasado. La música iba a continuar siendo chamánica. La música era para sacarnos las publicidades de la cabeza y vomitar los mandatos familiares. La juventud se negaba a la guerra y a trabajar sin una consigna espiritual. Nuestros horizontes no podían plegarse contra nuestros ojos y decirnos ciegos.
Tiempo atrás The Doors habían devuelto 50 millones de Dólares por la estúpida publicidad de autos. Jim les explicó que el dinero se alcanzaba sabiendo decir que no. Un no cortante como una navaja nueva. Un no afilado en el extremo. Afilado por margaritas. Por fin llegaba el final de la era hippie. The Doors se iban a vestir de negro. Muchas de las canciones nuevas iban a seguir siendo enormes introducciones barrocas para una letra que se necesite varias escuchas y varias conversaciones. La letra era cine. Jim había estudiado cine y Warhol le había enseñado algunas cosas en largas conversaciones de ácido lisérgico. Pamela iba a participar fotografiando a la banda y recorriendo lugares en México para hacer shows pequeños antes de las grandes presentaciones. El sueño de tocar las canciones de L.A. WOMAN en México seguía en pie. Y luego meterse de lleno en el desierto y llegar a la insolación. Ver los camaleones convertirse en una escritura caliente y primordial.
En la libreta cerca de la bañera también estaba escrito: “Κατά τον δαίμονα εαυτού” que muchos traducirán fiel a su propia consciencia y no está mal pero en griego significa contra el demonio adentro tuyo. En esa libreta estaba la indicación para Pamela de que esa inscripción iba en la tumba de Morrison. En los hoteles antes del piso en Paris era Douglas y la profesión periodista de eventos musicales. En la ópera de París se los vio a Pamela y Jim dormirse en los palcos no tan caros y rígidos de quienes tienen sangre azul.
La música era para barrer la mente de las voces castrantes de los señores y la culpa de las señoras. La música era un río que llevaba a la estrella. Un antídoto contra el dios de la guerra. Un antídoto contra las religiones que adormecen al rebaño para esquilarlo y dejarlo más pobre. Era para despabilar. Abrir todos los ojos posibles. Decirte: cambia de camino las veces que quieras; nosotros nos iremos y la música permanecerá. La música es lo más importante. La voz no puede ser enterrada porque vibra en el aire como en los circuitos eléctricos de la mente de quienes se aman y hacen el amor mirándose.
Esteban Cristóbal Baldomar.