“Sobreviví porque era más fuerte que cualquiera”. Bettie Davies.
Siempre que considero la música de verdad me recuerdo que existió un señor llamado Miles Davis. Para mí los héroes del jazz son la mitología griega romana del sonido. El sonido de las primeras piedras donde mutaron las pieles las serpientes. El sonido donde duerme la odalisca que sangra en cada canción arrebatada de la siesta de los gigantes. Miles Davis es la trompeta de la excursión de los ángeles por el desierto. Para mí existe antes de Adán y Eva. Es la piedra angular de una actitud musical. Habiendo nacido negro en un país en el que había que ser clarito de piel; triunfó con el jazz en Francia. E hizo lo que quiso con esa música. Kind of Blue, el disco que más escuché en mi vida, ralentiza el sonido del jazz; lo convierte en lo siempre contemporáneo. Es una actitud de mandar al carajo todo conservatorio y apelar al espíritu libre; es punk 20 años antes que existieran los punks. Miles Davis es la rebeldía eterna contra toda sujeción. En Francia estaba todo dado para amarlo: el psicoanálisis Lacaniano; la filosofía existencial de Camus y Sartre y la enorme Beauvoir. En Francia había ocurrido el surrealismo y el cine como oráculo y caramelo sin nostalgia. Miles llega a Francia y no lo discriminan por ser negro. Se pasea por la calle como una celebridad; lentes oscuros, una corbata mustia como hoja de otoño; su rostro perfecto de Dios etíope, su voz cansina. Me lo imagino tomando helado y sonriendo sin la parquedad que siempre lo caracterizó. Entrenando boxeo en la esquina de donde tuvo sus últimas amantes Napoleón. Saltando la cuerda. Ganando más aire para soplar la trompeta como un Prometeo que alcanza el fuego y es el fuego e inaugura puertas en el aliento de las gárgolas para nada dormidas porque él es más grande que la Torre Eiffel; la hicieron para Miles Davis.
Me imagino a Miles Davis sonando como vinilo mientras John Lennon prende una pipa y Paul lustra sus zapatos siempre impecables de inglés sarcástico. Me imagino a Miles Davis sonando como vinilo en la casa de Mar del Plata de Piazzola y el cazador de tiburones consternado porque escucha algo que es más profundo que los mares meados y perlados de nuestro sur. Me imagino a Miles Davis sonando como vinilo entre los cuadernos de Haruki Murakami y sus gatos de histriónica coca cola. Me imagino a Miles siempre como a esos exploradores que encontraron un continente entero pero en este caso no asesina a nadie; no somete a nadie; porque el viene del sometimiento y sabe lo que es la imposición de una religión y él viene a liberarnos con blue notes y árboles de frambuesas.
Escucho Freedie Freeloader sabiendo que en la canción está Coltrane y Chambers y Adderley…esos dioses del jazz. Están ahí en una cinta magnética, renunciando a ser embalsamados cada vez que le damos play. Coltrane es la perfección; la matemática, el juego de luces que emiten las ciudades cuando estamos en el campo; Chambers agranda el espacio; corre por tremendas avenidas sonoras hasta traer los rombos de colores que le gustan a Miles para que por un momento todo se apague y quede su trompeta. Estamos hablando de la trompeta más perfecta que habrá en la humanidad. Adderley nos enseña a taparnos los ojos y decir basta…música perfecta, música perfecta, qué voy a escuchar después, qué haré con el silencio. El disco Kind of Blue es lo único que me llevaría a una isla y el libro La Divina Comedia…quizás explican lo mismo; tengo mis dudas. En Miles está el infierno, el purgatorio y el cielo como en La Divina Comedia. Miles es Dante y nos enseña a salir del infierno.
Me voy a otro disco Milestones…y también tiene a Chambers y Coltrane semi secuestrados en su música. Y a Chambers. Hay una química más urbana; un jazz rápido; no tiene el tono épico de Kind of Blue que es la perfección. Acá podemos hacer otra cosa mientras escuchamos el disco. Con Kind of Blue sólo se puede lamentar uno de no haber escuchado eso en vivo. Coltrane tiene mucho más tiempo de ejecución aquí y nos va a mostrar porque él cuando sea solista también va a revolucionar todo. Va a pegar una patada a la estantería.
Aunque Miles Davis es incomparable…la analogía me permite compararlo con nuestro Charly García en el sentido que cada músico que conjuró en sus formaciones después nos demostró que provenía del panteón de los dioses sin nombre. Miles señalaba con el dedo a quienes iban a formular la sintaxis de la música más andrógina existente. La música sin renglones. La música que pone al descuido a Orfeo. Como en cada nota que escribo hay una invitación a indagar y a darle curiosidad. Yo creo que el único regalo humano hoy en un mundo tan cargado y a la vez tan anónimo…es compartir la curiosidad. Y Miles Davis es inagotable como el color azul y el rojo cuando se tensan y se relajan más allá de donde se encuentren; cuando se liberan de los objetos y simplemente son colores en la sinrazón de los planetas y los arcoiris de intensa polaroid.
Encontré esta joya hace un tiempo de Miles en vivo en Italia y eso me hace saber que Dante Aligheri y Miles Davis son la misma persona. Gracias Miles. Sos la mejor banda sonora que tuve para leer el Tarot. Y para escribir. Y para otras cosas que me reservo en la intimidad.
Esteban Cristóbal Baldomar.